¡Por fin llegan las vacaciones de verano! Estoy muy emocionado, me encontraré con mis amigos de la infancia y nos contaremos todo lo que hemos hecho durante el curso. Desde que eramos pequeños que estamos juntos pero desde que pasamos a secundaria nos hemos separado, por eso decidimos ir juntos a las mismas convivencias.
Somos cuatro: Clara, Helena, Alejandro y yo que me llamo Miguel. A todos nosotros nos gusta mucho el arte y por eso nos pusimos de acuerdo con ir de vacaciones a unas convivencias de arte.
Los primeros días nos lo pasamos muy bien y además los monitores eran muy majos. Pero un día mientras los cuatro andábamos alrededor de la casa encontramos una pared ya un poco vieja, sus ladrillos salían un poco por lo que era posible trepar por ahí. Helena, que siempre es la mas atrevida, empezó a subir por los ladrillos y en el tercero, este salió de su lugar. Todos nos apresuramos a ver si se encontraba bien, según ella solo había sido un pequeño golpe y nosotros nos alegramos por ello, pero en el lugar del ladrillo que había cedido, había un hueco en el que dentro encontramos un pergamino cuidadosamente enrollado para que con el paso del tiempo siguiera bien conservado. Cogimos el pequeño obsequio y nos dirigimos en la sala de tiempo libre, nos sentamos en una mesa y poco a poco sin dañar aquel pequeño tesoro empezamos a desenvolverle para ver su contenido.
Alguien abrió la puerta, los cuatro no llevamos un susto de muerte, era Javier, el monitor de nuestro grupo. Nos pidió el porqué de tanto secreto, nosotros que aún no sabíamos que era lo que había en el pergamino no le pudimos contestar adecuadamente, pero el por lo poco que consiguió entendernos, nos dijo que si era tan difícil de contar le podríamos enseñar.
Ahora ya no éramos cuatro los curiosos por saber que había en ese pergamino, éramos cinco y todos empezamos a ver, a medida que lo desenvolvíamos, unos pequeños dibujos hechos con algún tipo de tinta que parecían muy antiguos.
Alejandro fue el primero en hablar, dijo que debía ser algún dibujo de alguien que decidió amagarlo, pero de repente Javier se apresuró a sacar su móvil y a hacerle una foto. Él nos contó que en su niñez había conocido a un hombre, amigo de su padre, que era un historiador del arte, que había pasado toda su vida en busca de un estilo único. Este estilo tenía una peculiaridad, nunca se utilizaban líneas corvas, todo eran rectas, pero aún así los dibujos estaban tan bien hechos que parecía que se vieran todo tipo de formas.
Javier, era un buen hombre pero en estos momentos era como si no le reconociéramos. Cuando se calmó nos pidió que cuando se terminaran las convivencias le acompañáramos en el museo de arte para entregar el pergamino y para que lo verificaran, esto llevó mucho tiempo, pero cuando por fin acabaron, Javier nos llamó y contó todo lo que habían descubierto. Era increíble que para estar haciendo el tonto en una pared descubriéramos unos dibujos de un valor incalculable.