divendres, 17 de setembre del 2010

Un pueblo de toda la vida

Mis vacaciones de verano siempre han sido un poco las mismas. Pero no me puedo quejar, porque siempre que vuelvo en los mismos lugares descubro, y me fijo en cosas de las que aún no me había dado cuenta antes.

De los pocos lugares en que he estado os voy a hablar de un que, desde que era solo una niña de tres años, es mi favorito: Cerler.

Cuando se gira la ultima curva de la carretera, en el fondo de la ultima recta se empieza a distinguir un pequeño pueblo donde todas, y cada una de las casas son iguales, solo al pasar el cartel donde anuncia el pueblo tu alrededor empieza a cambiar. Como si pudieses llegar a tener muchos y diferentes sentimientos a la vez, tantos, que no sabrías si es un sueño o la misma realidad que hace que te sientas así ; como si una ola de tranquilidad ocupara tu interior; como si no hubiera nada, ni nadie más aparte de tu y el mundo; como si en un simple cerrar y abrir de ojos todo se hubiera vuelto diferente; como si el mismo canto de los pájaros fuera la más de las hermosas canciones, aquella canción que hace a uno levitar aunque sus pies estén con contacto en el suelo y de la que nadie hubiera nunca compuesto ni oído ha hablar; como si entraras en otro mundo.

En la pradera del pueblo (que si fura una ciudad seria igualita a las ramblas), es donde se puede ir a hacer un café hasta ir a comprar ropa, pero además tiene una gran extensión de hierva a donde se puede jugar a badmintón, a fútbol, a trepar por los arboles...

También hay unas pistas de esquí a la cima de la montaña, pero en verano se convierte en una montaña llena de caminos por los que ha veces uno quisiera perderse.

Una vez salimos de excursión, pero para coger el camino tuvimos que pasar por delante de una casa donde hay muchos perros. Cuando ya hacia unos diez minutos que habíamos pasado la casa nos damos cuenta de que uno de esta maravilla de animales nos estaba siguiendo. En el camino, algunas veces el grupo se separaba y ese encantador perrito nos intentaba volver a juntar como un rebaño de ovejas. Cuando volvimos de la excursión, pasamos por delante de la casa a devolver el perro, los pobres propietarios en saber que su perro solo había salido de excursión se alegraron. Su nombre era Casper, para mí uno de los mejores perros que puede haber.